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  • Foto del escritorPedro Cayuqueo

No temer al desacuerdo

Tras las elecciones diversos convencionales han subrayado los temas que, a su juicio, deberían ser parte del debate constituyente. Tal diversidad de posturas y opiniones solo enriquece el proceso.



“¿No deberíamos aspirar los convencionales a comportarnos como si fuéramos la bancada de Chile, la bancada de la república que espera de nosotros una nueva constitución y no la réplica ya intolerable de las divisiones y estridencias de un Congreso Nacional afectado por prácticas como esas?”.

Es la pregunta que el académico y convencional electo Agustín Squella lanzó en una reciente carta publicada en El Mercurio.

Su misiva salió al paso del carnaval de declaraciones —algunas francamente destempladas— posibles de escuchar con posterioridad a las elecciones, en especial de convencionales del llamado mundo de los independientes, los sorpresivos ganadores de la contienda. Preocupa en especial a Squella la formación de “bancadas” o “minicuerpos compactos, cerrados sobre sí mismos” ad portas de la convención.

Frente a dicho escenario propone a sus pares actuar unidos como una gran "Selección Nacional" de fútbol. "¿Por qué no intentar lo mismo cuando de lo que se trata es de proponer una nueva constitución para el país, algo ciertamente más complicado que un partido de fútbol?", subraya. Más allá de lo cándida de la comparación, comparto su mirada. Pero en el fondo, no en la forma. Permítanme explicarlo.

La tarea constituyente es probablemente el mayor hito democrático de nuestra vida republicana, el mayor en doscientos años. Puestas así las cosas, los 155 miembros de la convención no solo redactarán la nueva constitución, también, ellos y ellas, tendrán una importante cita con la historia. Ello implica una gran cuota de responsabilidad cívica y sobre todo de generosa visión de país, tal como advierte el profesor Squella.

Sin embargo, esto no significa claudicar de las propias ideas o convicciones respecto de Chile y su futuro. Mucho menos de evitar confrontar dichas ideas en la convención constituyente, a mi juicio el órgano deliberativo por excelencia de una democracia. He allí mi discrepancia.

Es absolutamente legítimo —y créanme que hasta cierto punto necesario— que los convencionales de manera individual o colectiva subrayen ante sus pares y la propia opinión pública sus diferencias, incluida la formación de bancadas que los representen. Es esa diversidad de miradas la que más tarde, vía diálogo, deliberación y acuerdo, la nueva carta fundamental deberá intentar recoger sabiamente. Es quizás su principal desafío.

Las constituciones son fotografías de un momento político, de una correlación de fuerzas al interior de la sociedad. Se dice que las buenas constituciones son aquellas que defienden los derechos de las minorías contra mayorías circunstanciales y en especial contra el poder del estado y su monopolio de la fuerza. Ello nos remite a una disputa por poder y representación, no a un picnic de convencionales por el campo.

¿Atenta entonces contra el sano debate democrático la existencia de una bancada indígena, ecologista o feminista? En absoluto.

Minorías históricamente excluidas tienen todo el derecho de bregar en la convención por sus asuntos y de buscar persuadir al resto de su validez e importancia. También, por supuesto, a ser persuadidas por los otros. El filósofo español Daniel Innerarity plantea que una democracia, más que un régimen de acuerdos, es un sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo. Allí gran parte de su magia.


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