El autor, una vez más hábilmente, ha escogido el nombre a este conjunto de crónicas que muy bien hiladas, nos hablan de este Estado chileno inconcluso. ¿Por qué digo que hábilmente?, ¡Porque su nombre nuevamente es provocador!
Hablar del Fuerte Temuco e incorporar en su portada la imagen de un “indio” de los Estados Unidos, un Lakota, un Sioux, que representa, -como él nos lo ha hecho ver varias veces en su Twitter-, lo que está pasando en La Araucanía, es muy similar a lo que aconteció en el norte de este continente con los indígenas del Far West (o el Lejano Oeste).
No solo con los Sioux, también con los Apache, Comanche y Cheyene entre otros pueblos más. Porque no sólo es similar la forma de cómo han ocurrido los hechos, sino que también por las personas que han sido víctimas de esta violencia que para muchos kimche o sabios mapuche son sus hermanos. Sobre todo al observar que al traducir los nombres de estos pueblos nos encontramos con que los A-pa-che significa “gente de a caballo"; Los Com-an-che, quiere decir “personas con espíritu” y los Che-yene, “espíritus de los ancestros”. Y en ese sentido, el autor también está haciendo referencia a la realidad de los pueblos originarios del continente Americano, del norte y de sur que sin lugar a dudas están emparentados probablemente consanguínea, cultural y territorialmente.
El Fuerte Temuco representa en el presente y retrospectivamente hablando, la forma de cómo el Estado de Chile se ha vinculado con los Mapuche (y los demás pueblos originarios del país) en un territorio, La Araucanía, que va mucho más allá de la “Región” que se ha demarcado en las fronteras políticas y administrativas con que opera el Estado de Chile. La Araucanía o el Wallmapu también constituye el Puelmapu y el Gulumapu, el territorio Mapuche que configuró cultural y políticamente la nación Mapuche de ambos lados de la cordillera, desde Argentina a Chile. Y que está por lo demás muy presente en la cosmovisión Mapuche.
El mismo que hoy los wenteche, nagche, moluche, lafkenche, pewenche y los mapurbe, ese conjunto de identidades territoriales demandan a Chile su modernidad para que asuma su histórica condición de plurinacionalidad, pluriculturalidad e interculturalidad, tal cual lo hacen los más importantes Estados modernos y progresistas del mundo. Tal como lo ha conseguido nuestro vecino Bolivia.
Un cambio que nuestro país, a duras penas, desde este Estado y los representantes de los últimos gobiernos, no logran comprender. Desde una ignorancia, a veces odiosidad, mediocridad o mezquindad, siguen impulsando una forma de relación y convivencia que aun cuando ha avanzado no logra resolver el conflicto, que no es de pobreza, y tampoco se traduce exclusivamente, en un asunto de devolución de tierras usurpadas. Y Pedro lo dice; tiene que ver con el reconocimiento político y cultural real, no light. Tiene que ver con el derecho a la autonomía, con una forma de vida en la cual esta sociedad chilena se podría nutrir de lo que también somos y pocas veces sabemos.
Son muchos más los ciudadanos que están en este camino de la enseñanza, de la recuperación de la identidad mestiza e indígena chilena. Por lo mismo nos comenta Pedro sobre “la urgencia de modernizar la representación de la diplomacia en materia indígena”. Y claro, vemos que son muchos quienes podrían estar ahí.
Y es que la dirigencia mapuche de principios de siglo ya lo decía, con Manuel Aburto Panguilef, Manuel Manquilef, con Venancio Coñoepan como Ministro de Tierras y Colonización, con los diputados y regidores de antaño, los primeros exponentes del derecho a la autonomía. Y así van pasando los años, un siglo y lo siguen diciendo muchos otros dirigentes e intelectuales que hoy nos comunican en esta sociedad globalizada de múltiples formas.
Con un José Marimán y todo su abordaje académico y político, en la búsqueda de formas de hacer efectiva una descentralización y autonomía regional mapuche. Con un Pablo Marimán, su hermano historiador, que pedagógicamente narra y expone institución tras institución, la forma de cómo se configura la sociedad mapuche, con sus sistemas y modelos de salud y de educación, invitándonos a mirar la descolonización de la construcción de la historia, para rehacernos como sociedad.
Así mismo José Ancán, Elisa Loncon, Pascual Levi Curriao, Emilio Antilef, el joven historiador Fernando Pairicán, Victor Naguil y tantos otros ciudadanos mapuche que nos interculturalizan día a día con su música, poesía, artes, gastronomía, teatro y cine… Y los alcaldes Mapuche de la AMCAM que organizados van instalando para el país una agenda política y territorial. Y esto solo por nombrar a algunos. Porque son muchos más los ciudadanos que están en este camino de la enseñanza, de la recuperación de la identidad mestiza e indígena chilena. Por lo mismo nos comenta Pedro sobre “la urgencia de modernizar la representación de la diplomacia en materia indígena”. Y claro, vemos que son muchos quienes podrían estar ahí.
Lo malo de todo esto es que el conflicto se mantiene. La violencia persiste en el viejo Fuerte Temuco. Así lo recalca José Bengoa en el prólogo del libro: “están hipotecando posibles caminos de mayor entendimiento”, subraya. Y es que estamos viviendo una violencia desencadenada, “se encendió la mecha” dice Pedro, se cortó la cadena del respeto por la vida de las personas, del reconocimiento de la diferencia. Y es que hay rabia y es entendible si vives la violencia cotidianamente. Y si los discursos de nuestros gobernantes dicen y se desdicen en un círculo esquizofrénico para todos los hijos de este territorio.
De ahí que el profesor Cayuqueo, a quien nombro así porque está en una permanente pedagogía intercultural, reiterativa y con mucha paciencia, al chileno común, y principalmente a los interlocutores de los mass media y a los políticos profesionales, como él dice, muchas veces ridiculizando a los ridículos, pero sin querer polemizar porque sí no más, a objeto de dialogar y acercar a esos mundos tan diferentes que a veces se ven en nuestra sociedad.
Después de todas estas letras y palabras reflexivas, el autor nos invita a imaginar como será el Chile del año 2080. Seguro que habremos vuelto a la tierra y nuevamente seremos parte de la naturaleza. Pero entonces nos representarán nuestros hijos, como Amankay, la hija de Pedro, quien estará sonriendo mientras le lee sus columnas a sus nietos. Y los míos, Julián y Matías, al menos sabrán que su identidad cultural estará conformada por un mundo riquísimo que nos ha traspasado el pueblo Mapuche y otros pueblos originarios que nos constituyeron mucho antes que naciéramos en estas tierras, mucho antes de lo imaginado.
Probablemente ya en esos años habrá llegado un hombre o una mujer superior para gobernar Chile desde el respeto intercultural.
Por Magaly Mella
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