Pedro Cayuqueo
Tocqueville en tierras indias
En 1831 el célebre pensador y jurista francés se internó en el territorio de las tribus de Michigan. Buscaba a los míticos personajes del escritor James Fenimore Cooper. Solo halló la avaricia del hombre blanco.

Estos meses de estallido social me he devorado dos libros del jurista y político francés Alexis de Tocqueville. Uno es su célebre ensayo La democracia en América y el otro su libro de viaje Quince días en las soledades americanas, ambos escritos tras su viaje por Estados Unidos en 1831. Tocqueville, entonces de 26 años, había sido enviado por su gobierno a estudiar el sistema penitenciario, tarea que le llevó nueve meses.
El primer libro es un monumental retrato de la sociedad y la joven democracia norteamericana donde Tocqueville, uno de los ideólogos del liberalismo, advierte con gran lucidez sus fortalezas y debilidades. Incluso se atreve con proyecciones que, una tras otra, se cumplen con los años. Es su gran obra; le reportó notoriedad mundial y un sillón en la academia francesa.
El segundo —y al que me referiré en esta columna— es un breve diario del viaje que hizo, a caballo y fusil en ristre, por el territorio indio de los Grandes Lagos una vez finalizada su labor oficial.
Se publicó en 1840, entre el primer y segundo tomo de La Democracia en América, y recoge la ruta que siguió de Buffalo a Detroit; luego a caballo hasta Pontiac y finalmente a Saginaw Bay, un pequeño pueblo de pioneros y, en aquel momento, el asentamiento blanco más remoto de Michigan.
Lector de las novelas del escritor James Fenimore Cooper, autor de El último de los mohicanos (1821), el francés esperaba dar en su viaje con las naciones integrantes de la afamada Confederación Iroquesa, aquella cuyas democráticas formas de gobierno habían inspirado incluso a los redactores de la Constitución de Estados Unidos. Pero lejos estuvo de aquello.
Acompañado siempre por su amigo inseparable, el escritor Gustave de Beaumont —compañero de piso, de estudios y de aventuras— el viaje tuvo lugar entre el 19 y el 29 de julio de 1831. Ambos recurren a una hábil artimaña para internarse en aquella zona de rudos pioneros; se hacen pasar por compradores de tierras. Gracias a ello interlocutores y apoyos nunca les faltaron.
Tocqueville transmite lo observado en su libro de forma muy vívida; los bosques vírgenes que lo deslumbran y cuya desaparición pronostica en cosa de tiempo; los pioneros norteamericanos y su admirable empuje en aquellas apartadas regiones; y los nativoamericanos a quienes dedica palabras que oscilan entre la admiración por su forma de vida y una lástima profunda.
Pasa que mucho de lo que observa lo decepciona enormemente.
En Buffalo contempla con tristeza a una multitud de nativos que se había reunido para que el gobierno les pagara las tierras que habían entregado. Nada había en su aspecto que le recordara la dignidad y el orgullo de los personajes de Cooper, comenta. Una amarga decepción, teñida de resignación ante el avance de la "civilización", inunda las páginas de su diario.
Escribe Tocqueville:
"Un pueblo antiguo. El primero y legítimo dueño del continente americano se deshace día a día como la nieve bajo los rayos del sol y, a la vista de todos, desaparece de la faz de la tierra. En sus propias tierras y usurpando su lugar, otra raza se desarrolla; arrasa los bosques y seca los pantanos; lagos grandes como mares y ríos inmensos se oponen vanamente a su marcha triunfal. Año tras año los desiertos se convierten en pueblos; los pueblos, en ciudades".
En Buffalo contempla con tristeza a una multitud de nativos que se había reunido para que el gobierno les pagara las tierras que habían entregado. Nada había en su aspecto que le recordara la dignidad y el orgullo de los personajes de Cooper, comenta.
El último tramo hasta Saginaw, donde vivían un puñado de estadounidenses, canadienses y mestizos, Tocqueville lo recorre junto a dos nativos como guías, ambos recomendados por un pionero que protegía su casa con un oso. Uno de ellos iba con su rostro pintado y esgrimía una carabina y un tomahawk. Fue lo más cerca que lograría estar de el último de los mohicanos, escribe frustrado.
Tocqueville fue testigo de los estragos de la "civilización" en aquellas latitudes. El francés recorre parte de la Confederación Iroquesa cuando ya el presidente Andrew Jackson había decretado el traslado forzado de las tribus al oeste del río Mississippi. Lo que observa es la transhumancia de las tribus. Su éxodo forzado hacia la costa del Pacífico. Y también el despojo.
Aprobada en 1830, la Ley de Traslado Forzoso significó la relocalización de más de cien mil nativos. Allí nace el concepto de Territorio Indio, un hipotético enclave en el oeste donde las tribus podrían vivir supuestamente en paz. Sabemos que no sucedió; serían expulsados también de dichas "reservas" en las Guerras Indias de mediados del siglo XIX. De ello tratan los western de Hollywood.
Pocos años antes, en 1815, Estados Unidos había comenzado su expansión territorial topándose directamente con las tribus, los primeros habitantes de Norteamérica. Ya durante la presidencia de Tomás Jefferson (1801-1809) se había establecido que los únicos nativos que podrían vivir al este del Mississippi serían aquellos que se "civilizaran" al estilo del "hombre blanco".
En base a ello, las que se habían mantenido en dicha región eran las tribus chicksaw, choctaw, creek, seminola y cheeroke. Estas, a cambio de mantener sus territorios, habían fijados sus asentamientos, labraban la tierra, dividían sus terrenos en propiedades y habían adoptado la democracia como forma de gobierno. Algunas incluso se hicieron cristianas para no ser expulsadas.
Hasta que llegó a la Casa Blanca Andrew Jackson.
El mandatario era un reconocido racista. El año 1812, siendo un alto oficial del Ejército, combatió con extrema fiereza a los guerreros creek en su guerra contra los estadounidenses. Según sus biógrafos, en esos años Jackson cultivó un odio visceral hacia las tribus. Los "cazaba" fueran hombres, mujeres o niños. Para él no eran personas sino "perros salvajes", se cuenta.
De las masivas deportaciones de Andrew Jackson data el sendero de las lágrimas. Hace referencia a la muerte de al menos cuatro mil cherokees en su traslado forzado al oeste del Mississippi en 1838. Y si bien lo hizo su sucesor, el presidente Martin Van Buren, este se basó en la ley y los preceptos racistas de su padrino político y antecesor en Washington.
En aquella marcha los nativos recorrieron más de 1.300 kilómetros a pie, arreados por las tropas del Ejército. La ruta de aquel duro destierro se conoce actualmente con el nombre de Trail of Tears National Historic Trail (Sendero Histórico Nacional Sendero de las Lágrimas), recorre nueve estados y se puede hacer como trayecto turístico-cultural.
Dependiente del estatal Servicio Nacional de Parques, permite hoy a las nuevas generaciones de estadounidenses educarse en el éxodo de las tribus, "forzadas a abandonar su suelo por el crecimiento y la avaricia de una joven nación", reflexiona Tocqueville.
“Medio convencidos, medio hostigados, los indios se alejan; van a habitar nuevos desiertos, en donde los blancos no los dejarán tranquilos ni durante diez años. Así es como adquieren los americanos, a precio bajo, provincias enteras que no podrían pagar los más ricos soberanos de Europa”, escribe en su libro. No se equivocó Tocqueville; los blancos nunca los dejaron tranquilos.
Le pasó al legendario jefe Joseph.
Tras negarse a trasladar a su tribu a una reserva de Idaho, emprendió con ellos una larga fuga hacia Canadá. En el camino fueron perseguidos por varios generales a quienes Joseph derrotó en sucesivas batallas. Pero por cada victoria su gente pagó un alto costo. El 4 de octubre de 1877, con su corazón "enfermo y triste", ofreció a Estados Unidos su rendición.
"Estoy cansado de luchar. Nuestros jefes han muerto. Nuestros niños mueren de hambre y de frío. Algunos de mis hombres han huido a las montañas sin ropa ni alimentos. Necesito hallar a los míos. Quizás los encuentre entre los muertos. Escuchadme, jefes: mi corazón está enfermo y triste. En cuanto el sol se ponga, dejaré de pelear", escribió al general Oliver Otis Howard.
Pero la reserva no pudo apagar su espíritu guerrero.
En las décadas siguientes Joseph cabalgó en los espectáculos de William Frederick Cody —el célebre Buffalo Bill— y se reunió con los presidentes Ulysses Grant y Theodore Roosevelt, abogando por los derechos de las tribus. También dictó charlas en la Universidad de Washington. Allí conoció y trabó amistad con el fotógrafo Edward S. Curtis, quien lo inmortalizó de forma memorable.
El Jefe Joseph murió el 21 de septiembre de 1904 en la reserva de Colville. Sus restos descansan en Nespelem, cuatrocientos kilómetros al noreste de Seattle.