En tiempos de la invasión chilena un punto alto fue la labor de algunos periódicos en defensa de los mapuche y sus derechos. Fue el caso de La Voz Libre en Temuco.
Quisiera en esta columna referirme al rol del periodismo en el conflicto sureño, hoy tal vez más importante que nunca. Y para ello quiero recordar la figura de Francisco de Paula Frias, quien a fines del siglo XIX pagó con su vida su compromiso ético con este oficio.
Su historia la cuenta el periodista Juan Jorge Faundes en la novela histórica Vientos de Silencio (1999). Basada en archivos y documentos de la época, Faundes reconstruye la epopeya de a quien no duda en calificar como “el primer mártir del periodismo en la Araucanía”.
De Paula era todo un personaje. Profesor, escribano y secretario de juzgados, llegó a vivir a Temuco en tiempos en que las tierras mapuche se disputaban a balazo limpio. Llegó acompañado de su esposa Elvira, sus seis hijos y dos jóvenes alemanes quienes se sumaron a la aventura de radicarse en la llamada “Perla del Cautín”.
Para él los mapuche no eran unos desconocidos.
Trabajando en los juzgados de Toltén y Lebu tuvo contacto directo con ellos y sus variadas desgracias. Repetidas veces fue testigo de cómo los winka usurpaban tierras a las reducciones; cuando no, sus lonkos eran asesinados en total impunidad. Y no solo por parte de winkas poderosos; también los winkas pobres cometían graves tropelías motivados por el racismo y la codicia, observaba con tristeza.
De Paula sabía además de política. Miembro activo del Partido Radical, era consciente de los poderosos intereses económicos y políticos tras la invasión militar del país mapuche. Y, si bien comparte con otros que la colonización era parte de la solución al “problema indígena”, los abusos que se cometen le repugnan.
Una vez radicado en Wallmapu rápidamente se ganó la confianza de dos importantes lonkos, Coñoñir y Calfupán. Ambos le pidieron ayuda para recuperar una propiedad conocida como fundo Pancul en las cercanías de Carahue. Se trataba de una fértil tierra bañada por el río Imperial. Pancul había sido usurpada a los mapuche por Máximo de la Maza, gobernador de Imperial, en complicidad con rufianes locales que allí pastaban los animales de su patrón.
De Paula, en su calidad de apoderado de los lonkos, interpuso de inmediato una demanda ante el juzgado de Nueva Imperial para que se pudiera restaurar el derecho de propiedad violado a los jefes mapuche. La demanda dio comienzo a un juicio que peleará por años en tribunales.
Pero aquel sería apenas el segundo de sus pecados. El primero fue fundar en Temuco, a mediados de 1888, el periódico La Voz Libre.
Una vez radicado en Wallmapu rápidamente se ganó la confianza de dos importantes lonkos, Coñoñir y Calfupán. Ambos le pidieron ayuda para recuperar una propiedad conocida como fundo Pancul en las cercanías de Carahue.
En sus páginas no dejaría títere con cabeza. Autoridades de gobierno, militares, hacendados, tinterillos, curas y magistrados, todos tarde o temprano desfilarán por las páginas del semanario. Bastó con que circulara el primer número para que intentaran callarlos.
“Por más que se pretenda ahogar nuestra Voz Libre por los usufructuarios de la injusticia y de las exacciones, ella resonará ante el público sensato, independiente y justiciero, denunciando abusos hasta extirpar de raíz los males que agobian esta provincia en mantilla”, respondió De Paula a sus detractores.
Hasta veinte días llegó a estar encarcelado tras ganarse el odio del juez letrado de Temuco, Emiliano Fuentes, a quien acusó de “no respetar ni la ley ni la moral pública”. Sucedió en abril de 1889 y para ser liberado debió intervenir la propia Corte de Apelaciones de Concepción.
Pero su atrevimiento tendría para él trágicas consecuencias. Tras ganar el juicio por las tierras de Pancul se desató la desgracia.
La sentencia obviamente indignó a Máximo de la Maza, quien no dudó en planear su asesinato. Este acontecimiento ocurrió la noche del 7 de octubre de 1889 en las mismas tierras de Pancul. Allí serían emboscados a balazos por matones a las órdenes del usurpador. De Paula, tras entregarse a sus atacantes, recibiría a traición un tiro en la nuca. Dos de sus acompañantes corrieron la misma suerte.
Sus cuerpos, arrojados al río Imperial, serían recuperados recién dos semanas más tarde.
Partícipe directo del ataque sería el gobernador suplente, Manuel Rioseco, hombre de confianza de De la Maza. El crimen, el primero cometido en la región contra un periodista, impactó a nivel nacional. De lleno se involucró en el caso la directiva nacional del Partido Radical, comisionando a uno de los suyos para averiguar lo ocurrido y querellarse contra los homicidas.
Pronto intervino también La Moneda: ordenó la renuncia de Rioseco —quien más tarde fue encarcelado junto a otros catorce sospechosos— y destituyó a Máximo de la Maza.
Se cuenta que entre los habitantes de Nueva Imperial y las reducciones mapuche vecinas cundió la indignación. Si hubieran podido, asaltan el edificio de la Gobernación y allí mismo linchan a Rioseco y sus cómplices. Temiendo disturbios, varios regimientos de la región reforzaron incluso la guardia.
La despedida del periodista reunió a miles de personas. Temuco, escribe un cronista de la época, se vació por completo para acompañar su funeral en el cementerio. Allí, a los pies del cerro Ñielol, los restos del valiente editor del periódico La Voz Libre descansan hasta nuestros días.
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