En esta selección del periódico Azkintuwe está todo el panorama de los siglos de colonización española y la posterior chilena y argentina del País de los Mapuches. Todo señalado con objetividad y generosa actitud de protección a la naturaleza y al ser humano originario. Y por supuesto, se expone el sistema que ha llegado hasta “privatizar el mar”. Un sistema que va a estar acompañado por un “orden” que culminará con la desaparición de personas, en la argentina y con el fusilamiento pinochetista en Chile.
Es increíble el valor de estas páginas. Uno a uno son temas para un valioso debate futuro. después de estas páginas nadie podrá decir que “yo no sabía”, “lo ignoraba”, “nunca me lo dijeron”. desde la colonización occidental y cristiana europea hasta la “Campaña del desierto” y la “Pacificación de la araucanía”, y desde allí la negación de los derechos a los auténticos habitantes de la tierra por los gobiernos que se sucedieron a ambos lados de la cordillera. Es decir que “la Conquista del desierto” continúa hoy, bajo otro ropaje del sistema económico depredador, que todo lo corrompe.
En el reportaje “La Conquista Interminable”, se sostiene aquí que “en el fondo, el problema sigue siendo el mismo; corporaciones extranjeras y nacionales se quieren repartir la Patagonia para la explotación ganadera, turística y ahora también minera, con la complicidad del estado argentino”. Benetton, el gigante textil europeo, por ejemplo se compró un territorio patagónico que equivale a cuarenta veces al que ocupa Buenos aires, tocando al millón de hectáreas, pero le niega 625 hectáreas a la comunidad mapuche santa Rosa de Leleque, a los hombres y mujeres de la tierra, que están allí desde hace miles de años.
No, el sistema quiere todo, todo, todo ese paraíso natural que el ávido general Roca llamaba desierto, para disimular, y se lo conquistó a tiro limpio de Rémington, arma venida del centro de la nueva civilización, como decimos, occidental y cristiana.
Como lo escribió con todo orgullo civilizado el genocida Roca, en 1881, él mismo y no otro: “en 1879 se trataba de conquistar un área de 15.000 leguas cuadradas ocupadas cuando menos por unas 15.000 almas, pues pasa de 14.000 el número de muertos y prisioneros que ha reportado la campaña”. Bueno, qué importa para un occidental y cristiano que sean “indios”, y por eso agregará “era necesario conquistar real y eficazmente esas 15.000 leguas, limpiarlas de indios de un modo tan absoluto, tan incuestionable...”.
Claro, incuestionable para el que se quedaba con la tierra, además “limpiarla” de indios, fíjese el lector las propias palabras del que hoy tienen el monumento más grande y más céntrico de la ciudad de Buenos aires. Por algo será. Justo el símbolo de nuestra civilización occidental y cristiana, agrego por tercera vez, para que no haya dudas.
Y nada ha cambiado, ahora ya no es el Rémington, pero son las instituciones, la justicia, los influyentes, los que siguen cuidando y protegiendo los derechos del conquistador. Ahora se hace con dólares, con mafias, con cargos, por intereses políticos o familiares. Un nombre que pasará a la historia es el del juez Colabelli de Chubut, quien se merece un monumento tan portentoso como el de Julio a. Roca. Él ha dicho, sin empachos, que “yo defiendo, nada menos, que el derecho de los conquistadores”. Un argumento definitivo.
Después, el libro nos lleva al otro lado, a Traiguén, Ercilla, Temuco. Allí el movimiento mapuche quiere justicia para quienes fueron despojados de todo. Por eso han realizado “multitudinarias marchas, huelgas de hambre, ocupaciones de oficinas públicas, campañas de difusión, y siempre, como último recurso, fuertes enfrentamientos con la policía”.
La tierra no se rinde y sus hijos tampoco. Se describe asimismo cómo las resoluciones del presidente Salvador Allende, que trajeron justicia para esas tierras por fin, fueron luego anuladas por la dictadura de Pinochet, pero luego, la sorpresa, las resoluciones de Pinochet son respetadas por los nuevos gobiernos “socialistas” de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. Fantasías de nuestra realidad latinoamericana.
Me gustaría comentar cada uno de los reportajes de este libro profundo. Pero vamos a dejarle al lector que él mismo se sumerja en cada uno de estos temas de la historia y de la actualidad mapuche. Un libro para leer y organizar mesas de debates, en colegios y universidades pero también en cada uno de los centros culturales que se desparraman por toda Argentina y Chile.
En otro reportaje se describe la epopeya de Rosa Nahuelquir y Atilio Curiñanco, absolutos hijos de la tierra, que se atrevieron a enfrentar nada menos que a la multinacional Benetton. Es un capítulo esencial para comprobar que la dignidad no se rinde, a pesar de que esa dignidad tenga que enfrentar a todos los poderes del orden constituido. Un capítulo para agregar a la lucha de la independencia del colonialismo, como si estuviéramos leyendo los pensamientos de Mariano Moreno y Juan José Castelli. El título del reportaje lo dice todo: “Los Colores de la Usurpación”.
Pero el poder no se distrae. Lo dicen las nuevas leyes represivas planteadas. Y en esto, cada vez más, el sistema, se protege a sí mismo.
Es increíble por ejemplo la “detención por sospecha” o la incorporación de las Fuerzas armadas en tareas de la “inteligencia política”. En noviembre del 2003, en la zona mapuche chilena, más de 400 personas se hallaban procesadas por participar en movilizaciones, mientras decenas de dirigentes y comuneros mapuche eran sometidos a proceso por la Ley de seguridad Interior o la Ley antiterrorista.
Es que hay que cuidar a los dueños de la tierra de los hijos de la tierra. Para no hablar de los malos tratos y las torturas a los detenidos. Una historia que se continúa para no reconocer los derechos legítimos de los pueblos originarios en ambos lados de la gran cordillera. Y del lado argentino, como calcado. En el libro se traen las desdichas de la comunidad Paichil Antriao y la conducta de los jueces, fieles representantes del poder de turno. Y justo en la bella Villa la Angostura, pasto de ávidos dueños de hoteles y turismo.
Por supuesto que también hay honestos y lo demostró el hecho que se analiza profundamente en este libro: la suspensión del juez Colabelli, vinculado a intereses mineros; hombre muy católico, coordinador de grupos de catequesis en el Colegio Salesiano de Esquel. Por supuesto, se consignan aquí los nombres de comerciantes y latifundistas que se basan en el sistema de ocupación, desalojo y violencia para quedarse con todo.
El símbolo habla por sí mismo: el abogado defensor de Benetton, Martín Iturburu Moneff luce una escarapela celeste y blanca en los juicios en los que debe intervenir. Claro, así se defiende a la Patria. Y a sus sagradas fronteras. En cambio, si se le pregunta a las mujeres mapuches estas señalan que ellas aprendieron todo de los pájaros, los ríos y el viento, que no conocen las fronteras y que cantan en la lengua de la tierra, que es común a todos. Y, lo que vale como principio y final es que ellos –lo dicen– no son dueños sino parte de la tierra.
Por eso, aparecen tan pequeños y mezquinos los cronistas del sistema en argentina, que califican a los mapuches como “indios chilenos” o “pioneros de la penetración chilena”. Claro, así se justifican los ejércitos, las compras de armas y de los que llevan la escarapela argentina sólo cuando tienen que defender sus propiedades o justificar toda una historia de genocidios para llegar al sagrado derecho de la propiedad. El mayor cinismo de esa generación “que trajo el progreso” es lo creado por su mejor representante: el perito Moreno.
El inventario de su museo, en 1910, incluía esqueletos, cráneos, cueros cabelludos, cerebros, mascarillas mortuorias, huesos sueltos y cadáveres disecados de valientes guerreros mapuches. “Trofeos de Guerra”, se llama el reportaje, conmovedor. Un comentario sarcástico de un presente dice: “La diferencia entre el museo de La Plata y la ESMA, es que en el museo platense quedó todo registrado”. Ironía o no, la frase queda sin respuesta, hasta ahora.
Me gustaría comentar cada uno de los reportajes de este libro profundo. Pero vamos a dejarle al lector que él mismo se sumerja en cada uno de estos temas de la historia y de la actualidad mapuche. Un libro para leer y organizar mesas de debates, en colegios y universidades pero también en cada uno de los centros culturales que se desparraman por toda Argentina y Chile.
Los fines son los que lleven a lograr en estas tierras una verdadera democracia y respeto de la vida de los que viven en estas extensas regiones. El derecho de todos. El aprender a vivir con otras culturas y respetarlas. Una integración en la paz y la negación de la violencia. Una integración donde cada parte desarrolle su cultura, su arte, su forma de vida. El rotundo no a la destrucción de la naturaleza. Aprender que la verdadera identidad es la suma de las identidades y que nadie es superior al otro, sino que ese otro es distinto, y no inferior.
Convivir para aprender el uno del otro. no tiene que ser nuestra norma el lenguaje de Julio “argentino” Roca, que llamaba –y lo repetía hasta el cansancio– los “salvajes, los bárbaros” a los pueblos originarios, sino el de San Martín, quien hablaba siempre de “nuestros paisanos los indios”. Nuestros paisanos bien nuestros. Un libro, este, que es una verdadera semilla de la dignidad.
Por Osvaldo Bayer
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