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  • Foto del escritorPedro Cayuqueo

Chile despertó

La encrucijada para el presidente Piñera no es menor; oponerse a un reclamo que ha desbordado su gobierno o bien enmendar el rumbo con un nuevo gabinete y, sobre todo, un nuevo relato.


Fue la consigna que pobló calles, muros y hashtag en redes sociales, dando cuenta del fin de una larga siesta neoliberal. Dicen que las grandes revoluciones estallan por la ausencia de un bien básico, como el pan en la Revolución Francesa. O por un alza en el costo de la vida. En Chile fue el aumento en el valor del pasaje del metro, insignificante para la élite de los 25 mil dólares per cápita pero una bofetada para millones que sobreviven con apenas cuatrocientos dólares al mes, el mínimo.

Ello gatilló masivas evasiones protagonizadas por estudiantes que hace años gambetean a las autoridades y la fuerza pública. Ya lo habían hecho el 2011 en un estallido juvenil que tumbó a sucesivos ministros de Educación, logrando reponer, tras meses de movilizaciones, la gratuidad en la educación pública universitaria. También gobernaba Piñera. En el país donde el libre mercado es un dogma esos cabros mostraron a varios un camino.

Hoy el detonante fue un alza en el metro pero el combustible un descontento de larga data con un modelo económico y social excluyente como pocos en el mundo; sueldos y pensiones miserables, mercantilización de derechos sociales básicos como salud, educación y vivienda, precarización laboral, el lado B del también llamado "milagro chileno" y su aparente estabilidad en la región, aquel "oasis" del que habló Piñera en Financial Times.

Otro factor fue la clase política y sus chambonadas.

Es tal la desconexión de las autoridades con el ciudadano de a pie que un ministro sugirió que madrugaran para enfrentar el alza del metro. Mientras más temprano, más barato, les dijo a los usuarios, sin caer en cuenta que por la lejanía de sus hogares los condenaba básicamente a no dormir. Otro ministro, también emplazado por las alzas, aseguró que las flores habían bajado de precio. Sean todos más románticos, propuso burlesco. Está en los diarios lo que sus palabras desataron.


Hoy el detonante fue un alza en el metro pero el combustible un descontento de larga data con un modelo económico y social excluyente como pocos en el mundo. El lado B del también llamado "milagro chileno" y su aparente estabilidad política.

“No es por treinta pesos, es por treinta años”, otra de las consignas en una semana de protestas, sublevación y violencia. Sí, violencia, en gran parte espontánea y sin agenda política detrás. Ello descolocó a las autoridades; la magnitud de los saqueos y el fuego consumiendo infraestructura pública y privada en varias ciudades. “Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión alienígena”, se escucha decir a la primera dama, Cecilia Morel, en un audio filtrado los primeros días del estallido.

Pero no eran extraterrestres.

Lumpenproletariado les llamó Frantz Fanon al teorizar sobre las luchas de descolonización en África. Marginados sociales, bandidos y desclasados de la periferia urbana, aquellos que bien dirigidos -escribió Mao- pueden devenir en una gran fuerza revolucionaria. Pero ninguna utopía ideológica empujó a estos chilenos al caos callejero. Tampoco Nicolás Maduro como llegó a insinuar un febril comunicado de la OEA. Fue la rabia. El enojo. Santiago era Ciudad Gótica y el Guasón parecía estar a cargo, no Batman.

Pero la violencia, tan rápido como apareció, dio paso a masivas concentraciones pacíficas. Valparaiso, Viña del Mar y Concepción, tres ciudades que han sido protagonistas, todas bajo control militar. Qué decir de Santiago, la capital. El viernes más de un millón de personas marcharon por sus calles exigiendo dignidad y no más abusos. Para muchos ello significa un cambio en el modelo económico y el fin del pacto social derivado de la Constitución de 1980, ambas herencias de la dictadura de Pinochet.

La encrucijada para el presidente Piñera no es menor; oponerse a un reclamo ciudadano que ha desbordado su gobierno o bien enmendar el rumbo con un nuevo gabinete y, sobre todo, un nuevo relato. Lo primero implica agravar la actual crisis y lo segundo dar cauce político a un sorpresivo momento constituyente que Michelle Bachelet, su antecesora, nunca tuvo. Si me lo pregunta, Piñera debería tomar nota. La historia pocas veces toca la puerta de un mandatario de esta manera.



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