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Los once del Fuerte Lumaco

El Museo Histórico de Angol atesora un valioso archivo sobre la región de la Araucanía. Entre ellos el sumario que en 1881 el general Gregorio Urrutia ordenó por el asesinato de once mapuche bajo custodia militar.


Semanas atrás estuve en Angol visitando el Museo Histórico de la ciudad y charlando con don Hugo Gallegos, su amable director. El museo -lamentablemente ubicado a trasmano del centro- es un imperdible para conocer la verdadera historia regional. Angol fue la principal base de operaciones de la invasión chilena al territorio mapuche. Para ello fue refundada en 1862 por las tropas del entonces coronel Cornelio Saavedra. Sí, refundada. Pasa que Angol tiene mucha historia.

Fundada originalmente en 1553 por el conquistador de Chile, Pedro de Valdivia, fue destruida por los mapuche en la gran rebelión de 1600, vuelta a fundar en 1637 y abandonada definitivamente en 1641 tras las Paces de Quilín, cuando España reconoció la independencia mapuche al sur del rio Biobío. Así se mantuvo, despoblada por casi tres siglos. Hasta que llegó el Estado con sus tropas desde el norte. Y junto a ellos los colonos extranjeros, hacendados como José Bunster y una ambición enfermiza por las tierras.

Mucho de esa historia se cuenta sin anestesia en el Museo de Angol. Allí los archivos judiciales y las escrituras notariales que prueban el despojo violento y la usurpación legal del Wallmapu de nuestros abuelos. Las compras fraudulentas, los arriendos a 99 años, las estafas con alcohol, todo un abanico de actuaciones ilícitas y poco santas. Pero no solo eso. Su director compartió conmigo un archivo de incalculable valor; el sumario militar por el asesinato de once mapuche en las celdas del Fuerte Lumaco el 12 de noviembre de 1881.

Aquel año tuvo lugar la última gran sublevación mapuche que contempló ataques a la mayoría de los fuertes militares en la línea de los ríos Malleco y Cautín. Tras ser sofocado no hubo piedad con los lonkos y weichafe capturados; la mayoría fueron pasados por las armas en el acto y sus posesiones saqueadas. Quienes se refugiaron en la selva no tuvieron mejor suerte; fueron perseguidos por los lleulles o soldados de reserva, el roto chileno experto en pacificar por la espalda, quemar rucas y arrear ganado ajeno.


Uno de los episodios más luctuosos de aquellos días ocurrió en el Fuerte Lumaco. Según los involucrados se trató de un violento intento de fuga sofocado por la guardia nocturna a balazos. Pero el general Gregorio Urrutia tuvo dudas y ordenó un sumario a fondo.

Por hallarse el grueso del Ejército todavía en la ocupación de Lima, los lleulles fueron los encargados de realizar el trabajo sucio. Era una particular fuerza armada de frontera, mezcla de ejército regular y banda de forajidos. Su particular nombre dice relación con el lleullequén, el cernícalo, pequeño halcón con el cual eran comparados por los mapuche de manera despectiva. Es que así se comportaban los lleulles, como aves de rapiña. “Sujetos desposeídos que harían lo posible por obtener algo del despojo, aunque sea su propio alimento”, escribe sobre ellos Mathias Órdenes, académico de la Universidad Católica de Temuco.

Pues bien, uno de los episodios más luctuosos de aquellos días ocurrió en el Fuerte Lumaco. Según los involucrados se trató de un violento intento de fuga sofocado por la guardia nocturna a balazos. Pero el general Gregorio Urrutia tuvo dudas y ordenó un sumario a fondo. Pasa que entre los muertos estaban Lorenzo Colipi y José Marileo Colipi, hermanos del célebre capitán Juan Colipi, héroe de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana y miembro de un poderoso y respetado clan mapuche del siglo XIX.

La investigación pronto reveló lo que en verdad aconteció aquella noche; se trató de una vil ejecución a sangre fría, represalia por el apoyo de los Colipi al levantamiento de aquel año.

“A nuestra entrada a la celda todos los indios estaban desarmados y rogando por sus vidas. No me consta ningún acto de hostilidad para con la tropa que guardaba la puerta”, declaró el Sargento 1º del Batallón Movilizado Ñuble, Erasmo Contreras, jefe de guardia aquella noche. “Mi capitán Contreras nos mandó cargar, entrar al calabozo contiguo y fusilar a los otros seis indios que habían allí", agregó el soldado Leandro Ortiz, vigilante de armas del cuartel ante el fiscal a cargo. Y las declaraciones suman y siguen.

Pese a ello el sumario ordenado por Urrutia solo aclaró lo sucedido; se cerró finalmente sin culpables. En el Museo Histórico de Angol se encuentra el expediente original con todos los testimonios de aquella inédita investigación. Si puede, en sus próximas vacaciones al sur, visítelo junto a sus hijos. Todos aprenderán un poco más sobre la verdadera historia de nuestra región.




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