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  • Foto del escritorPedro Cayuqueo

Un buen chiste

Cierta vez, en una charla equis en Temuco, me enfrasqué en una discusión con un par de descendientes de colonos alemanes. Aquí lo cuento.



A propósito de la senadora Ena von Baer (UDI) y su tajante rechazo a los escaños reservados para pueblos indígenas en la futura Convención Constituyente, recordé un episodio que viví en Temuco años atrás. Refleja muy bien a dicho sector político y sus votantes. Y también a muchos de los descendientes de colonos que cohabitan con nosotros esta bella pero maltratada tierra.

Cierta vez, en una charla equis, me enfrasqué en una discusión con un par de descendientes de inmigrantes alemanes. Básicamente me reprocharon lo que llamaron “comodidad mapuche” de pedir todo siempre al Estado y nuestra "falta de iniciativa propia". La de ambos fue una forma elegante de decir que seguíamos siendo una tropa de flojos de remate, tal como nos describieron por más de un siglo los viejos textos escolares.

“Piensa por ejemplo en nuestros bisabuelos, Pedro. Ellos llegaron de Europa sin nada y salieron adelante con su propio esfuerzo”, me dijeron a coro. Les aclaré de inmediato que la mayoría de sus bisabuelos en verdad recibió del Estado chileno generosas hectáreas de tierras, herramientas para labranza, semillas para el cultivo, créditos del fisco, protección militar y un largo etcétera para colonizar nuestro territorio.

“Es posible, pero piensa en todo lo que lograron después sin apoyo de nadie”, me contra-argumentó uno de ellos, el más entusiasta. “El Colegio Alemán, por ejemplo, fruto de la iniciativa y del trabajo de nuestra colonia, sin apoyo, sin recursos públicos, sacado adelante con la disciplina y la ética del trabajo propia de la cultura germana”, me espoloneó de inmediato el otro.


La de ambos fue una forma elegante de decir que los mapuche seguíamos siendo una tropa de flojos de remate, tal como nos describieron por más de un siglo los viejos textos escolares.

Como desconocía totalmente la historia del famoso colegio, preferí callar. Una pena no hubiera tenido en ese tiempo noticias de una carta fechada el 28 de enero de 1889 y que encontré en mis investigaciones para el tomo II de Historia secreta mapuche.

En ella el Supremo Gobierno notifica a los señores Teodoro Schmidt, Federico Dreves, César Kluse y Rodolfo Hardtmann, representantes de la Colonia Alemana en esos años, de la aceptación de su solicitud de contar con un colegio mixto en Temuco "para la educación de niños alemanes y chilenos y los auxilios pecuniarios necesarios" para tal efecto.

Acto seguido la carta autoriza al Intendente de Cautín girar los dineros necesarios para invertir en el pago de "las maderas y clavos que van a emplearse en la construcción del referido colegio"; destinar “los sitios 1 y 2 de la manzana 25, demarcados en el plano de Temuco, para que en ellos se levante el edificio”; y por último la designación de un preceptor que pudiera ejercer allí sus funciones. Todo, por supuesto, con cargo al presupuesto público.

Allí la prueba fehaciente que a veces no basta con las puras ganas o el esfuerzo; se requiere de los necesarios apoyos estatales. Pasa que no son limosnas lo que demandan los mapuche a las autoridades de gobierno, son derechos reconocidos. Tampoco eran limosnas las peticiones que hace un siglo realizaban los inmigrantes al mismo Estado que los trajo a poblar un territorio ajeno. ¿Por qué entonces el doble estándar?

Pero hay quienes gustan de los mitos.

Uno de ellos es que la colonización extranjera de Wallmapu fue poco menos que a pulso, una verdadera gesta heroica de abuelos y abuelas venidos de lejanas latitudes, prueba de una cultura y un talante evidentemente superior. Son fantasías que se transmiten de generación en generación. Solo ética del trabajo y disciplina germana, argumentaron aquella vez mis dos locuaces interpeladores. Como chiste es bueno.



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