Primera entrega de la gira del libro Historia secreta mapuche desarrollada por las provincias del sur de Argentina, el antiguo país mapuche de nuestros ancestros. En esta crónica la meseta central.

Hay viajes que marcan nuestras vidas. Y dejan huellas profundas. Vengo llegando de uno. Tuvo como excusa la presentación de mi libro Historia secreta mapuche en Puelmapu, el vasto territorio de nuestro pueblo en la actual República Argentina.
Fueron dos semanas de viaje, diez ciudades, cuatro provincias y cinco mil kilómetros de ruta junto a Juan Pablo Jaramillo, Rodrigo Riquelme y Colelo Hueche, destacados músicos y embajadores de nuestra cultura sobre los escenarios.
Se trató de una gira de guitarras, rock y muchos libros, como en la vieja escuela del periodismo rutero y vivencial. Tal vez un homenaje póstumo al maestro Tom Wolfe y su incansable búsqueda de historias que valieran la pena contar y, principalmente, vivir.
Una gran aventura siguiendo la huella de antiguos lonkos que recorrieron Wallmapu de mar a mar, cuando Chile y Argentina todavía no existían por estos lados. Aquello fue lo que vivimos. Como si se tratara de un capítulo de El ministerio del tiempo. O de una “road movie” con heavy metal, trap y kultrunes como banda sonora.
Todo partió en Ingeniero Jacobacci, ciudad ubicada en medio de la llamada Línea Sur, ruta que conecta en Río Negro la zona andina con la costa atlántica hilvanando pueblos y parajes de la inmensa Meseta de Somuncurá. Los Menucos, Maquinchao, Comallo y Pilcaniyeu entre varios otros, todos con nombres mapuche.
Pero no así Jacobacci, nuestro primer destino. Su nombre rinde homenaje al ingeniero italiano Guido Amadeo Jacobacci quien participó en la construcción de las vías férreas tras la “Campaña del Desierto”. Hablamos del símil trasandino de nuestra mal llamada “Pacificación de la Araucanía”.
Allí nos reunimos con miembros de comunidades de diversos parajes quienes porfiadamente llaman a la ciudad “Huahuel Niyeu”, el nombre original en mapuzugun de la zona. Pero la suya no es solo una batalla de la memoria contra el olvido. También resisten a los terratenientes, las empresas mineras y megaproyectos que hacen nata en la provincia.
Ello nos contó Fidel Guarda, histórico dirigente del Consejo Asesor Indígena y quien tuvo -junto a Agripina Nahuelcheo- la gentileza de hospedarnos en su casa. Guarda sabe de lo que habla. Lo conocimos en 2007 en la conmemoración de los cien años del Parlamento de Koz Koz en Panguipulli. Ya por entonces era un veterano de mil batallas. Y su palabra escuchada con respeto.
“En Argentina cada provincia es un mundo aparte. Aquí en Río Negro hace un año marchamos contra el proyecto del gobierno provincial de un nuevo código de tierras fiscales, uno que beneficiaba a los terratenientes y abría la puerta a la mega minería en nuestros territorios”, nos cuenta el dirigente.
De ello y más charlamos con los peñi y lamngen que nos recibieron afectuosos aquella tarde en Jacobacci, en medio de la infinita estepa patagónica. Son luchas actuales y heridas antiguas que nos hermanan como mapuche en ambos lados de la cordillera.
Bajo el lema “Estamos vivos, por eso caminamos”, las comunidades mapuche rionegrinas recorrieron los más de 800 kilómetros de la Línea Sur hasta la sede del gobierno provincial en Viedma, a escasos treinta kilómetros del Atlántico. Hablamos de una movilización histórica. Y que logró frenar, al menos temporalmente, el debate parlamentario del polémico proyecto de ley.
Fue una marcha de cordillera a mar que siguió una huella de triste recuerdo en Puelmapu. Y es que nadie olvida que tras la “Campaña del Desierto” aquella fue la ruta por donde miles de prisioneros de guerra fueron “arreados” por los militares hasta diversos campos de concentración. Valcheta, uno de ellos.
“(Hacia 1878) las últimas limpiezas de toldos terminan por desbaratar la escasa capacidad de resistencia indígena frente a medios técnicos y una superioridad militar abismal. Caen en poder del Ejército miles de prisioneros, mayormente se trata de “chusma”, ancianos, mujeres y niños, una minoría de indios de lanza y varios de los principales caciques”. Lo cuenta el historiador Marcelo Valko, autor de los libros Desmonumentar a Roca y Cazadores de Indios 1880-1890, ineludibles para comprender el horror de aquella guerra desigual.
Desde dichos campos de prisioneros quienes lograban sobrevivir eran trasladados a puertos como Carmen de Patagones y Bahía Blanca. Desde allí eran embarcados rumbo al puerto de Buenos Aires o la isla-prisión Martín García en la confluencia del río Uruguay con el río de la Plata.
Los niños que llegaban a la capital trasandina eran “repartidos” en el mismo muelle a pudientes familias para servidumbre doméstica y peones de hacienda. Sus mayores no corrían mejor suerte; mientras unos eran enrolados a la fuerza en la marina o el ejército, otros terminaban sus días como esclavos en los ingenios azucareros y en el empedrado de las grandes ciudades.
Son escenas de inhumanidad denunciadas con escándalo por los propios colonos europeos, los nuevos habitantes del Wallmapu en teoría ya sin indios.
“Si se escribiera el relato el relato de las travesías por aquel mar picado en frágiles y estrechas embarcaciones y las crueldades cometidas; las escenas en el puerto de la ciudad, cuando se separaba al niño del pecho de su madre para ser juguete en algún palacio lujoso donde el pequeño de ojos negros que se aferraba con tanta fuerza al brazo de su padre era arrebatado por algún vanidoso; el hombre y la mujer nativa que preferían la húmeda sepultura del mar a la cual se llegaba de un salto desde la cubierta del barco antes de ser separados (…) si se escribiese siquiera la centésima parte de estas cosas, Sudamérica también tendría su Cabaña del Tío Tom; más lamentablemente no hay quien la escriba”.
Es el testimonio de la pobladora galesa del valle interior del río Chubut, Eluned Morgan, hija del célebre pionero Lewis Jones, posible de leer en su libro de memorias Hacia los Andes publicado el año 1904. Morgan ofrece un vivo retrato de las penurias que debieron enfrentar las familias sobrevivientes de la guerra, “aquellos fornidos hombres de mirada pacífica y profunda como reflejando las silenciosas pampas, ejemplo de una humanidad sana y libre tal como hoy no se encuentra”.
Es parte de la historia no tan secreta de la Línea Sur, nuestro particular y no menos trágico “Sendero de las Lágrimas”.
De ello y mucho más charlamos con los peñi y lamngen que nos recibieron afectuosos aquella tarde en Jacobacci, en medio de la infinita estepa patagónica. Son luchas actuales y heridas antiguas que nos hermanan como mapuche en ambos lados de la cordillera. Cicatrices de un pueblo que busca, por diversos medios, sanar el pasado y avanzar con dignidad hacia el futuro.
“En Chile o Argentina somos hijos de un mismo pueblo, hermanos de una misma nación”, nos repitieron en cada pentukun (saludo), en cada nütram (conversación), en cada weupin (discurso). Y créanme que así lo sentimos en todo momento.
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