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  • Foto del escritorPedro Cayuqueo

1883

La serie de Paramount relata la historia de la familia Dutton en su avance hacia el oeste norteamericano. Un período histórico cuyos paralelismos con el Wallmapu resultan reveladores.



Por estos días me he devorado 1883, la esperada precuela de la exitosa serie Yellowstone protagonizada por Kevin Costner y creada por el actor y guionista Taylor Sheridan, ambas disponibles en la plataforma Paramount Network. Yellowstone cuenta la historia de la familia Dutton, dueños de la hacienda ganadera más grande de Montana, Estados Unidos, y de sus luchas de poder con inversionistas que quieren transformar la zona en un gran complejo turístico —aeropuerto y hoteles de lujo incluidos— y con una reserva indígena que lucha también por preservar sus escasas tierras.

1883, por su parte, retrocede más de un siglo la historia y nos cuenta cómo los Dutton se hicieron de aquella tierra a fines del diecinueve. La precuela sigue a los ancestros de la familia mientras se embarcan en un largo viaje a través de las Grandes Llanuras hacia el oeste recién conquistado a las tribus. La serie es un retrato descarnado y violento de la colonización del oeste y en particular de una familia irlandesa que huye de la pobreza persiguiendo junto a otros pioneers el llamado sueño americano. Sangre, sudor y sobre todo lágrimas serán el costo de aquella travesía.

En el caso de Yellowstone hablamos de un western moderno o neo-western, muy en la línea de otros trabajos de Sheridan para la industria del cine como Hell or High Water o Wind River, ambos alabados por la crítica. En el caso de 1883, en cambio, su creador se sumerge de lleno en el clásico western de época, género incombustible en la industria gringa del entretenimiento. Pero ¿qué diferencia a 1883 de una larga lista de series de televisión —desde la popular La pequeña casa en la pradera (1974)— que retratan el llamado Salvaje Oeste? La diferencia, para mí, es Sheridan. Él y su mirada.

No, 1883 no trata de colonos buenos, indios malos y vaqueros o cowboys siendo los jovencitos de la película, la clásica triada del western. Si algo distingue a Sheridan es contar sus historias desde otro lugar, desde el respeto a la memoria de las tribus. No podía ser de otra forma. Siendo un joven tejano y buscándose a sí mismo, cuenta se refugió en la espiritualidad nativa. Pronto reparó que aquello no era más que turismo para ricachones excéntricos. Optó por sumergirse en lo profundo de Dakota del Sur, en la reserva Pine Ridge. Allí convivió con las tribus, experimentando en carne propia su pobreza y desesperanza, sus alegrias y dolores.


La serie es un retrato descarnado y violento de la colonización del oeste y en particular de una familia irlandesa que huye de la pobreza persiguiendo junto a otros pioneers el llamado sueño americano. Sangre, sudor y sobre todo lágrimas serán el costo de aquella travesía.

Su integración con ellos fue total, ha relatado en varias entrevistas. "Mi viaje fue personal, no para investigar. Fuí al territorio indio a visitar amigos, luego hice más amigos y me quedé con ellos. Era yo a los 20 años buscando encontrarme a mí mismo, encontrar mi lugar y comprender el mundo en el que vivimos", cuenta en una de ellas. Tras meses de convivencia se marchó con la promesa de contar al mundo sus historias. "Es una de las mejores cosas del cine o la televisión: podemos dar voz a aquellos que no están siendo escuchados por nadie", agrega. Y es precisamente lo que hace, de manera magistral, en la serie recien estrenada a nivel mundial.

El mismo año 1883, pero en nuestro propio Far West, hubo un cronista que vivió un viaje similar al de los personajes de Sheridan. Me refiero a Pedro Nolasco, corresponsal del diario La Patria de Valparaíso. Su viaje, que partió en Angol y finalizó en Villarrica, buscaba documentar la huella del ejército chileno que por entonces refundaba Villarrica, punto final de la invasión de Gulumapu. También dar a conocer el verdadero carácter de los mapuche, “tan calumniados por los que han querido presentarlos bajo un falso aspecto ante los colonos e inmigrantes europeos contratados para poblar la Araucanía”, advierte en su escasamente conocido diario de viaje.

Angol, Los Sauces, Traiguén y Temuco, los nacientes pueblos de La Frontera, son algunos de los sitios que describe a su paso. Es el Wallmapu después de la invasión militar, la llamada California chilena, tierra de oportunidades y riquezas para los colonos, pero también de pobreza y menosprecio para los derrotados mapuche. “De cuando en cuando solíamos divisar algún indio segando trigo y su presencia evocaba en nuestro espíritu aquellos tiempos en que los siervos de hoy eran los dueños y señores de este inmenso territorio, tan ricamente dotado por la naturaleza pródiga con él en sus dones”, escribe Nolasco.

Su relato, por momentos conmovedor, perfectamente podría ser llevado al cine o a la televisión en Chile, pienso mientras redacto esta columna. Nos ayudaría a todos a reflexionar y a entender un conflicto plagado de caricaturas y clichés. Créanme, se puede. Es exactamente lo que Taylor Sheridan está haciendo en las tierras del norte.

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