Crónica de una visita a la Argentina de Milei. ¿Es la libertad lo que avanza o más bien la incertidumbre en un estado quebrado y saqueado por igual?
Por estos días recorro una vez más las rutas sureñas de Puelmapu, el vasto “Territorio Mapuche del Este” que se extiende desde la cordillera de los Andes hasta la lejana costa Atlántica. Mis pasos me han traído esta vez al sur de Bariloche, a la cordillerana zona de Esquel, Cholila y Trevelin en la provincia de Chubut. La excusa ha sido una invitación a charlar de mi obra extendida por el municipio de Trevelin y la Cátedra Pueblos Originarios de la Universidad Nacional de la Patagonia, institución siempre atenta a mi trabajo desde que se publicó en Argentina y con bastante repercusión la saga “Historia secreta mapuche” (Catalonia, 2017). Varios años y también numerosas ediciones han transcurrido desde entonces y cada invitación es una nueva oportunidad para volver a cabalgar la huella antigua de nuestros ancestros. Es como me siento con cada cruce de los Andes, un nampulkafe moderno.
Trevelin fue fundada en 1885 por colonos galeses (“Pueblo del molino” en galés) y los portales de turismo la destacan como un apacible refugio de montaña. Vaya si lo es. A escasos treinta kilómetros de la frontera con Chile y a solo un par más de Futaleufu, Trevelin es todo eso y mucho más. Tulipanes, pero principalmente cervezas artesanales son su carta de presentación. Pasa que fueron los galeses quienes introdujeron el lúpulo en Argentina para la elaboración de su pan, tortas tradicionales y también cerveza. Lo hicieron en el valle del río Chubut a fines del siglo XIX, partiendo desde la costa. De allí el lúpulo se extendió rápidamente hasta el cordillerano Valle 16 de octubre, sitio donde se fundó Trevelin. Desde entonces el mejor brebaje artesanal del país es el que producen sus cerveceros, aseguran a coro sus habitantes. Lo mismo dicen de sí mismos los vecinos de El Bolsón un poco más al norte. Para dirimir el conflicto habrá que degustar, no queda de otra.
Recorrer esta zona es siempre una oportunidad para maravillarse, ya sea con la geografía (majestuosas montañas y lagos por doquier, bellas postales en cada curva de la mítica Ruta Nacional 40) o bien con sus gentes, fascinante mezcla de pobladores mapuche, descendientes de colonos, argentinos de provincia (muy distintos a sus pares “porteños”, enhorabuena) y por estas fechas también miles de turistas que recorren los atractivos de las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut, la denominada Patagonia Argentina. Sí, para los argentinos la Patagonia comienza al sur de la provincia de Buenos Aires, a la altura de Concepción en Chile. En nuestro lado, lo sabemos, recién desde Palena se utiliza el concepto. Su origen data de leyes que en el siglo XIX llamaban así al territorio indígena no conquistado al sur de la provincia bonaerense. No siempre fue así. En viejos mapas todo figura como Territorio Indio y quizás allí el problema: implicaba reconocer el dominio de los indígenas —parcialidades mapuche, gününa kuna y aonikenk— sobre aquel "Desierto" tan particular acuñado por la historiografía oficial. Lo bautizaron Patagonia y así evolucionó el concepto. De la geopolítica al turismo.
A los conflictos no resueltos por tierras, por saqueos y menosprecios racistas que persisten, se suma hoy la incertidumbre de vivir en un país quebrado y que una clase política, transversalmente corrupta e inepta, ha saqueado a vista y paciencia de todos. Y no ayer o antes de ayer, durante décadas.
En una República Argentina que algunos ya catalogan como un “estado fallido”, con una severa crisis económica, inflación por las nubes y un nuevo mandatario dispuesto sacrificar a quiénes sea para demostrar sus delirantes postulados, el masivo turismo extranjero —me comenta un taxista de Bariloche— es de las pocas buenas noticias por estos días. “Nuestra moneda no vale nada, pero estamos tan mal que a todos les conviene venir a visitarnos”, bromea. Ya lo dice el dicho, al mal tiempo buena cara. Duele ver mal a Argentina. Y más aún porque, en nuestro caso, los mapuche habitamos ambos lados de la cordillera. Son decenas, tal vez cientos las comunidades mapuche que habitan en las tres provincias antes mencionadas, imposible entonces no solidarizar con ellos y una situación social y política asfixiante que no distingue origen ético. A los conflictos no resueltos por tierras, por saqueos y menosprecios racistas que persisten, se suma hoy la incertidumbre de vivir en un país quebrado y que una clase política, transversalmente corrupta e inepta, ha saqueado a vista y paciencia de todos. Y no ayer o antes de ayer, durante décadas. “Es lo que explica el fenómeno Milei”, me comenta un amigo con quien charlamos animadamente en su casa en las afueras de El Bolsón. “Fue el cansancio, el hastío, la bronca de los pibes con la clase política, con la famosa casta, lo que hizo ganar a Milei”, agrega. “Y si lo piensas bien el remedio puede resultar peor que la enfermedad. Milei, a mí en lo personal, no deja de parecerme una invitación a saltar del precipicio, una locura”, comenta apesadumbrado.
En Esquel, la cabecera cordillerana de Chubut, pancartas con la imagen del "león" Milei aún adornan algunas calles y campos aledaños. Acá también ganó el candidato libertario como casi en todas las ciudades de la provincia, incluida Rawson la capital. Recién lleva un mes en la Casa Rosada y en muchos observo una preocupación real por lo que se viene. Como cuando visité los estudios de Radio Nacional, la legendaria cadena estatal de radios trasandinas y que data nada menos que de 1937. Allí charlamos animadamente de mis libros, de la situación mapuche y de la presentación agendada para este fin de semana en el Salón Central de Trevelin. Pero pronto la conversación viró hacia la llegada de Milei al poder, la privatización de las empresas estatales y la incertidumbre de los colegas por la continuidad de su propia fuente laboral. “Es muy probable que nos cierren la radio”, me dice uno. “Yo creo se acabarán las transmisiones y los programas locales, todo será vía repetidoras”, comenta otro. Nadie sabe a ciencia cierta qué sucederá. Lo único claro es que no pareciera ser la libertad lo que avanza rampante por estos lados.
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