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  • Foto del escritorPedro Cayuqueo

El maestro del gaucho

El legendario gaucho argentino, idealizado, ha acaparado hasta nuestros días el cuadro del jinete de la Pampa ocultando con ello la rica cultura ecuestre de las jefaturas mapuche.



La pintura que acompaña esta columna es del pintor e ilustrador argentino Aldo Chiappe (n. 1962). La obra de este renombrado artista gira en torno a las pampas trasandinas, su naturaleza, la vida del gaucho y por cierto los primeros habitantes de aquel vasto territorio, los mapuche o mal llamados "araucanos", cuya cultura ecuestre y ganadera influyó notablemente en la propia identidad criolla argentina. Hay quienes descreen de aquello, atrincherados en un nacionalismo simplón argumentan que los mapuche son "invasores chilenos" en aquel lado de la cordillera y que fue de los gauchos que los nuestros aprendieron a cabalgar. Pero, "¿fue en verdad el gaucho maestro del indio araucano?", se pregunta el historiador argentino Liborio Justo en su clásico libro Pampas y lanzas (1962). Su respuesta no deja lugar a dudas:

"Encaremos la realidad que generalmente escapa a quienes arremeten con todos los temas con igual suficiencia e incompetencia. El gaucho no solo nunca fue maestro del indio, a pesar de su carácter de símbolo de la nacionalidad sino todo lo contrario: fue su discípulo. Martiniano Leguizamón, en La cuna del gaucho, ya lo dijo claramente: “El indio fue el maestro del gauderío y del gaucho en el manejo del lazo y las boleadoras”. Y es más, Dionisio Schoo Lastra en El indio del desierto aclara: “Del salvaje tomó el gaucho las boleadoras, el poncho, la chiripá, la bota de potro y probablemente el lazo, introducido en el Desierto por el sur de los Andes, desde las costas del Pacífico en donde las haciendas eran trabajadas a corral”. Todo esto lo ratifica Pedro Inchauspe en su obra La tradición y el gaucho donde escribe: “No olvidemos que el poncho y el chiripá, las boleadoras y el lazo, de acuerdo a sus antecedentes, son del más puro origen indio”.

Subraya Liborio Justo que a través de toda la historia de la llamada guerra del desierto, queda patente "la interminable demostración de que la maestría de los recursos, la iniciativa de la lucha, es decir, la preponderancia de la inteligencia, aparte de la valentía, estaban de parte del indio y no del gaucho", escenario que solo cambió cuando la aparición del remington, es decir, la superioridad de las armas, hizo aplastante la fuerza de los winkas. Pero no solo en el arte de la guerra superaba el mapuche al gaucho, también en otros aspectos que configuraban al hombre en las pampas. “El gaucho, escribe Sarmiento en su Facundo, estima sobre todas las cosas la fuerza física, la destreza en el manejo del caballo y el valor físico. Y en todo esto lo superaba el indio araucano. Además, los araucanos tenían gran amor por sus familias, sentimiento de que carecía el gaucho. Mucho se ha hablado y escrito del horror de la vida de las cautivas cristianas entre los indios. Sin embargo, éstas en muchas circunstancias parecían haber preferido los indios que los gauchos como esposos”, dice el historiador.

Esto último lo reconocía el propio coronel Lucio Mansilla en su célebre excursión a los ranqueles (“rankulche”, gente del carrizo) del territorio de la pampa en 1870: “¡Qué triste y desconsolador es todo esto!”, se lamenta al caer en cuenta de la superior cultura y hábitos sociales de las jefaturas indígenas frente a sus propios compatriotas. “Me parte el alma tener que decirlo pero para sacar de la ignorancia a nuestra orgullosa civilización, hay que obligarla a entablar comparaciones”, expresa el militar y diplomático. No sorprende su lúcida observación si nos atenemos al origen social y cultural de los gauchos; vagabundos que primero se denominaron "changadores" (1729), luego "gauderio" (1763) y finalmente "gauchos" (1790), "hombres sueltos, sin tierra y sin familia, de instintos semisalvajes y costumbres reñidas con todo lo que tuviera que ver con la autoridad o la sujeción a un orden social", subraya el historiador Juan Pivel Devoto. "Un errante señor de las cuchillas", concluye.


"Encaremos la realidad que generalmente escapa a quienes arremeten con todos los temas con igual suficiencia e incompetencia. El gaucho no solo nunca fue maestro del indio, a pesar de su carácter de símbolo de la nacionalidad sino todo lo contrario: fue su discípulo".

Otro revelador testimonio de la superior cultura ecuestre de los mapuche frente al gaucho lo relata en sus memorias el ingeniero militar inglés Francis Bond Head. En 1825, siendo recién un treintañero, fue nombrado gerente en Argentina de la Río de la Plata Mining Company y realizó dos célebres viajes de exploración minera desde Buenos Aires hasta la cordillera de los Andes, cruzando a caballo la parte norte del Wallmapu oriental. Sus impresiones aparecen en el libro Las Pampas y los Andes, todo un clásico de la literatura de viajeros, publicado por primera vez en 1918. A pesar de ser testigo de la desolación que dejaban los malones fronterizos, arrasando ranchos y la vida de cientos de cristianos, Bond Head dedica un capítulo entero a los "indios de las pampas", a su juicio personajes dignos de admiración y renombre. Acabó opinando que dichos guerreros eran "los más lindos hombres que han existido en el ambiente que los rodea". Cuenta el inglés al respecto:

“Los indios de quienes más oí fueron los que habitan las vastas y desconocidas llanuras de las Pampas, todos jinetes o, más bien, que pasan la vida a caballo. El arma principal es una lanza de dieciocho pies de largo; la manejan con gran destreza y pueden imprimirle un movimiento vibratorio que a menudo ha hecho saltar la espada de la mano de sus adversarios europeos [...] Son de admirar mucho como nación militar y su sistema de pelear es más noble y perfecto en su índole que el de cualquier nación del mundo. El país entero provee pasto para sus caballos y donde se les antoje parar no tienen más que carnear algunas yeguas [...] los gauchos, que también cabalgan lindamente, todos declaran que es imposible seguir al indio, pues sus caballos son superiores a los de los cristianos y también tienen tal modo de apurarlos con alaridos y un movimiento especial del cuerpo, que aun si cambiaran caballos los indios los batirían. Todos los gauchos parecían temer muchísimo a las lanzas indias. Decían que algunos cargan sin freno y en pelo, y en algunos casos se cuelgan casi bajo la barriga del caballo”.

Pero no solo buenos jinetes resultaron ser los descendientes de los bravos toquis que frenaron la expansión inca y española en el cono sur de América y que tanto maravillaron a Bond Head. Bien concluye el historiador chileno Horacio Lara en su clásico libro Crónica de la Araucanía (1899): "Todo nos devela que la raza araucana está dotada de nobilísimas cualidades como de pasiones y sentimientos elevadísimos que no los han poseído muchas de las naciones civilizadas, mismas que han legado un nombre a la historia. A la raza de la antigua Araucanía, veámosla, pues, figurar única en la historia del mundo en las circunstancias en que brilló y por los medios de que pudo disponer para defender su independencia, como por la entereza y altivez de su espíritu que dio pruebas en tres siglos de continuo batallar, ayudada tan sólo de una voluntad de fierro y de una fe inquebrantable".

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