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Diálogo y no arcabuces

Actualizado: 8 sept

Un siglo de actividad pastoral en Wallmapu se apronta a cumplir la Diócesis San José de Temuco. La relación de la Iglesia Católica y los mapuche data de los tiempos coloniales.


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Hace muchos años que no visitaba el campus San Francisco de la Universidad Católica de Temuco. Allí, a fines de los años noventa, cursé estudios de leyes, mi primera carrera antes de enamorarme del periodismo y las letras. Es una etapa que recuerdo con cariño; fueron años de ferviente activismo estudiantil, de compromiso con diversas causas y también de conocer en sus aulas a grandes profesores y profesoras. Una de ellas, Karen Atala, actual jueza de renombre y quien nos maravillaba con su erudición en sus clases de historia del derecho. Era de las pocas asignaturas donde yo en verdad brillaba por mis notas, un claro indicio de la que sería mi futura y verdadera vocación: la escritura y, dentro de ella, la fascinante crónica histórica.

Fue un bonito retorno a mi ex casa de estudios.

Se lo debo a la Fundación Instituto Indígena y a la Vicaría de Pastoral Mapuche quienes me invitaron a exponer en el Seminario Semblanza Centenaria: “Dialogando entre culturas: Cosmovisión y perspectivas del buen vivir”, un espacio de intercambio de experiencias con miras a los 100 años de la Diócesis San José de Temuco. Hablamos de un siglo de labor pastoral que con luces y sombras también ha acompañado un siglo de reivindicaciones del pueblo mapuche. Desde el histórico Congreso Araucanista de 1916 organizado por Juan Ignacio González Eyzaguirre, el también llamado “Arzobispo de los Obreros” por su labor social, al inquebrantable compromiso con los derechos humanos de monseñor Sergio Contreras Navia, obispo de Temuco y gran defensor de las comunidades durante la dictadura militar.

Pero la relación de la Iglesia Católica y el mundo mapuche es de mucho más larga data. Lo charlé con varios en el seminario. Hunde sus raíces en la propia historia de Wallmapu y la labor de misioneros que, en distintos períodos, mediaron en la conflictiva relación hispano-mapuche. Imposible no destacar al pionero de todos ellos, el padre Luis de Valdivia (1560-1642), jesuita español que a comienzos del siglo XVII abogó ante la monarquía por el fin de la interminable Guerra de Arauco. De su proyecto, denominado Guerra Defensiva, poco y nada se enseña actualmente en las escuelas. Se basaba en establecer una frontera en el río Biobío, reemplazando las cruentas campañas militares por misiones evangelizadoras y gestos conciliadores con los mapuche alzados en armas. Diálogo y reparación, no arcabuces.

No le fue fácil convencer a las autoridades del Virreinato. Mucho menos a las del Reino de Chile, trenzadas con el infame negocio que encomenderos y capitanes de frontera tenían en el sur: la esclavitud indígena. Se los permitía la real cédula del año 1608 que autorizaba la captura de los llamados “indios de guerra”. Pero hecha la ley, hecha la trampa: se transformó en el mayor incentivo para la codicia huinca. Es algo que poco se transparenta, me refiero al carácter esclavista de aquella inicial conquista de Chile. Los españoles no buscaban colonizar territorios, lo suyo era el saqueo: lavaderos de oro y encomiendas requerían mano de obra. De ello trató la Guerra de Arauco: de la vil captura de seres humanos para el trabajo esclavo. Quien dude lea el clásico libro “Guerra y sociedad en Chile: la transformación de la Guerra de Arauco y la esclavitud de los indios” (1961) de Álvaro Jara.


Pero la relación de la Iglesia Católica y el mundo mapuche es de mucho más larga data. Hunde sus raíces en la propia historia de Wallmapu y la labor de misioneros que muchas veces mediaron en la conflictiva relación hispano-mapuche. Imposible no destacar al pionero de todos ellos, el padre jesuita Luis de Valdivia (1560-1642).


Para el padre Luis de Valdivia la esclavitud no solo era una estrategia equivocada, también la principal causa de los constantes alzamientos. Así lo expuso en Lima ante el Virrey del Perú, marqués de Montes Claros, y una vez logrado su objetivo viajó a España para exponer su plan ante el propio monarca. Lo hizo en marzo de 1609 desde el Callao. Se cuenta que en el mismo barco viajó también el vocero de sus detractores locales, el capitán Lorenzo del Salto. Éste había sido enviado por el gobernador de Chile, Alonso García Ramón, con la misión expresa de boicotear sus planes. Valdivia, sin embargo, tenía una poderosa carta bajo la manga: en la corte real poseía relaciones y parientes de gran influencia. Su orden religiosa había cobrado además gran relevancia en el reinado del religioso rey Felipe III, lo contrario a lo acontecido con Felipe II. Digamos que los vientos reales soplaban a su favor.

En 1610 y luego de largas deliberaciones, el jesuita logró convencer al monarca quien incluso firmó una carta dirigida a los “caciques, capitanes, toquis e indios principales de las provincias de Chile”. En ella les hacía saber la decisión que había tomado, su deseo de hacer cesar las hostilidades y la misión de paz que había confiado al padre Valdivia. “Os ruego y encargo le oigáis muy atentamente y déis entero crédito a lo que dijere acerca de esto, que todo lo que él os tratare y ofreciere de mi parte tocante a vuestro buen tratamiento y alivio del servicio personal y de las demás vejaciones, se os guardará y cumplirá puntualmente, de manera que conozcáis cuan bien os está el vivir quietos y pacíficos en vuestras tierras, debajo de mi corona y protección real”, escribe el rey Felipe III a nuestros antepasados.

Con el plan aprobado y el cargo de Visitador General de Chile, Valdivia embarcó de regreso a Chile en los primeros meses de 1611. Pero la codicia de los españoles pudo más: la paz era un pésimo negocio para los vecinos encomenderos y apenas desembarcó se llenó de enemigos. Uno de ellos fue el gobernador Alonso de Ribera, célebre veterano de las guerras europeas y creador del Tercio de Arauco. Ribera estaba convencido de que al mapuche sólo se le podía derrotar con las armas y por ello la Guerra Defensiva “ni la cumplía ni la aplicaba”. La muerte de Felipe III en 1621 y la asunción del rey Felipe IV dejaron a Valdivia sin aliados en la corte, marcando el fin de su estrategia en Arauco. La guerra ofensiva fue restablecida en 1625 y Valdivia pasó los últimos años de su vida en Valladolid, dedicado a la pedagogía y el trabajo intelectual. Murió en esa ciudad en 1642 a la edad de 81 años.

Un último y revelador dato. El jesuita fue un gran erudito de nuestra lengua y cultura, llegando a publicar en 1606 la primera gramática del mapuzungun de la cual se tiene registro: Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile. Los invito a descargarlo y maravillarse con "la lengua de Chile".


 
 
 

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