Fue uno de los símbolos del estallido social, pero tras el fracaso de la Convención cayó en un largo ostracismo. Hoy retorna, en gloria y majestad, recordándonos el desafío pendiente de Chile.
Fue una de las bonitas sorpresas de estas fiestas patrias: la presencia, junto a la chilena, de banderas mapuche en las ramadas de distintas comunas del país. Y también en el comercio ambulante, quizás el mejor termómetro de la realidad social y los variopintos intereses del chileno de a pie. “¿Y cuál bandera compran más?”, pregunté intrigado a un entusiasta vendedor que me la ofreció hace unos días en pleno centro de Viña del Mar, ciudad donde resido. “Las dos, mucha gente se lleva las dos”, me respondió sin titubear. Seguí su consejo y compré también el par. Pero no se engañen, la bandera mapuche no sólo era visible en el infaltable comercio callejero de estas fechas, también lo era en galerías comerciales, plazas públicas y sectores residenciales. ¡Incluso en las alturas! bastaba alzar la vista hacia los ventanales y terrazas de los innumerables edificios de mi barrio.
Es un fenómeno cultural que yo no veía desde el estallido social y el posterior proceso constituyente, aquel que tuvo a los símbolos indígenas como protagonistas y que más tarde fracasó en las urnas. ¿Lo recuerdan? Cómo no, si nos sigue doliendo. De protagonistas de la historia pasamos al más absoluto ostracismo, fue lo que sucedió con el tema indígena posterior al triunfo del Rechazo en aquel segundo plebiscito constitucional. Y junto a las justas reivindicaciones de nuestros pueblos, aquellas injusticias de siglos que alguna vez cantó Violeta, nuestros símbolos también sufrieron el impacto de la derrota. Nuestra bella Wenufoye, la misma que engalanó desde marchas a cabildos, desde ferias del libro a conciertos de rock, pronto también desapareció de la escena pública. Proscrita, como si transmitiera algún tipo de peste. Lo cierto es que ya no la vimos más.
De protagonistas de la historia pasamos al más absoluto ostracismo, fue lo que sucedió con el tema indígena posterior al triunfo del Rechazo en aquel plebiscito constitucional. Y junto a las justas reivindicaciones de nuestros pueblos, nuestros símbolos también sufrieron el impacto de la derrota.
Lo leí a varios analistas políticos, que los temas indígenas habían agotado el saldo de simpatía popular que les otorgó el estallido social. Terminaron cansando, aburriendo, esa era la conclusión. En parte por errores propios (uno de ellos su exceso de protagonismo en la Convención, nobleza obliga), en parte por la feroz campaña en contra que levantaron otros, lo cierto es que el respaldo público al tema indígena en poco tiempo se hizo humo. Sucedió incluso con entusiastas aliados políticos del mundo indígena de aquel entonces, entre ellos los líderes del actual Frente Amplio. El presidente Gabriel Boric, sin ir más lejos, a pocos meses de asumir pasó sin ruborizarse del concepto Wallmapu (denominación geocultural) al de Macrozona Sur (denominación policial), de querer retirar a los militares del conflicto a batir todos los récords existentes de prórrogas al estado de excepción constitucional. No estoy exagerando, su voltereta ha sido tal cual.
¿Cómo revertir ese retroceso? ¿cómo levantarnos nuevamente e insistir con el sueño de un Chile inclusivo y respetuoso con sus primeras naciones? Son preguntas que varios nos hicimos tras la derrota del Apruebo. Pero el tiempo pareciera poner sabiamente las cosas en su lugar. Una ruca grande donde quepamos todos, aquello representaba, al menos para mí, aquel fracasado primer sueño constituyente. Y si bien no resultó como queríamos, convencido estoy que Chile tarde o temprano dará ese paso. Hoy me lo demuestra el cariño que la sociedad chilena mantiene intacto hacia nuestro principal emblema como nación. Lo que para algunos es un “símbolo neomarxista” (así lo tilda la derecha más recalcitrante), para otros es un bello recordatorio de lo que Chile tiene pendiente desde los albores de la República: la valoración de su principal pueblo originario. Aquel y no otro era el sueño de O’Higgins, de Carrera y de Freire, sus padres fundadores.
En estas fiestas patrias pude ver, nuevamente, a la Wenufoye flameando digna y orgullosa. Lo mapuche avanza a diario y cada día más chilenos lo entienden y asumen de manera positiva. ¡Salud por eso!
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