Una reciente visita a La Ligua me permitió explicar el origen de una confusión histórica que, si bien hoy en retirada, sigue existiendo en aquellos que fueron (mal) educados en nuestra historia.
“Joven, ¿es usted un genuino araucano?”. Esa fue la insólita pregunta que un profesor jubilado me hizo días atrás en La Ligua, ello en el marco de mi participación en su VII Feria del Libro. “No, lamento decepcionar, yo no soy araucano, soy mapuche”, le respondí medio en broma, medio en serio. Más allá de la anécdota es curioso cómo el concepto de “araucano” sigue aun vigente en la sociedad chilena, en especial en cierto rango etario: los adultos mayores. No digamos que sorprende demasiado: todos o la mayoría de ellos fueron educados con textos escolares que hablaban de los “araucanos” y no precisamente de los mapuche. Estos últimos no existíamos.
Está bien, tampoco ayuda mucho que un historiador como Sergio Villalobos, un renombrado Premio Nacional, insista todavía en llamarnos de esa forma, negándose a usar el gentilicio Mapuche tanto en sus entrevistas como en sus obras académicas. Hablamos de medio centenar de libros, todos muy citados y algunos bastante difundidos en el ámbito escolar. ¡Y después nos dicen porfiados a nosotros! Pero bueno, a estas alturas no es algo que moleste demasiado, más bien da pie para enseñar el origen del concepto y de la bendita confusión. Aquello fue lo que hice en La Ligua.
El gentilicio de “araucanos” fue acuñado en la Colonia por los españoles y el responsable fue nada menos que Alonso de Ercilla y Zúñiga, el soldado autor del poema épico La Araucana. Así bautizó Ercilla a los habitantes de un sector puntual de la actual provincia de Arauco, tal como lo explica en el prólogo de su obra: “Arauco (El Estado de); es una provincia pequeña, de veinte leguas de largo y siete de ancho, poco más o menos, la cual ha sido la más belicosa de todas las Indias, y por eso es llamado el estado indómito. Llámanse los indios de él araucanos, tomando el nombre de la provincia”.
Por su parte, se ha postulado que Arauco podría derivar de una castellanización de la palabra ragko que significa “agua gredosa” en mapuzugun y que los españoles, tal como explica Alonso de Ercilla, habrían usado para denominar al territorio más próximo a la ciudad de Concepción, ello en el lado sur del río Biobío. Otros dicen que Arauco proviene de auka, “rebelde”, “alzado” en lengua quechua, término que habría sido usado por los incas para referirse a las tribus que ferozmente los detuvieron en el río Maule. Los españoles luego habrían castellanizado y pluralizado la palabra auka llamando al territorio Arauco y a su gente “araucanos”.
“Arauco (El Estado de); es una provincia pequeña, de veinte leguas de largo y siete de ancho, poco más o menos, la cual ha sido la más belicosa de todas las Indias, y por eso es llamado el estado indómito. Llámanse los indios de él araucanos, tomando el nombre de la provincia”.
Cual sea su origen, el gentilicio “araucanos” en absoluto trataba de una denominación usada por los mapuche para auto identificarse, fue más bien impuesta por los europeos. Y tampoco involucraba a todos al sur del Biobío, solo a los más próximos a Concepción, no olvidemos que el propio Ercilla también nombra en su poema a los “purenes”, “tucapeles” y “boroanos” entre otras parcialidades. Se trató entonces de un sobrenombre impuesto por el colonizador, mismo caso de los rapanui en el Pacífico, mal llamados “pascuenses” al bautizar Isla de Pascua su territorio el navegante neerlandés Jakob Roggeveen en 1722. Para que hablar de los inuit en el Polo Norte, mal llamados "esquimales" hasta nuestros días.
“Araucanos”, así nos llamaron también los principales estudiosos de las culturas prehispánicas del siglo diecinueve y veinte. Y así también nos subdividieron a su entero antojo. El etnólogo Ricardo Latcham, por ejemplo, habla de los siguientes pueblos; picunches, al norte del Biobío, mapuches o araucanos entre los ríos Biobío y Toltén, y williches del Toltén a Chiloé. Pero no se trata de pueblos distintos, son denominaciones geográficas que dan cuenta de la ubicación de cada futalmapu (gran territorio) en el gran mapa del Wallmapu, deícticos (y no etnónimos) para designar a la gente (che) del sur (willi), norte (pikun), este (puel) y oeste (gulu).
Latcham es también responsable de una curiosa tesis sobre el “origen guaraní” de los mapuche, la misma que después el historiador Francisco Encina transformó en doctrina oficial en los textos escolares. Según ella, los mapuche habríamos sido un “pueblo invasor” proveniente del Amazonas o del Chaco, incrustado en la zona centro sur de Chile por los pasos cordilleranos. Es la llamada “cuña araucana”. Dicha tesis, hoy descartada por completo, tuvo su origen en la confusión que generó en los etnólogos la rica toponimia mapuche existente en las pampas. Era bastante lógico; los mapuche también habitabamos desde hacía siglos ese vasto territorio. En serio, che.
Otro estudioso, el norteamericano Louis C. Faron, señaló que todos los habitantes de la zona centro-sur de Chile eran “araucanos”, una entidad cultural homogénea integrada por picunche, mapuche y williche. Otros agregan al listado a los pewenche y los puelche. ¡Menuda ensalada de pueblos! Pero, nuevamente, solo se trata de deícticos, es decir, denominaciones por ubicación geográfica: pewenche, gente del pewén o fruto de la araucaria; lafkenche, gente del mar o que habita en las cercanías de costa y así otras tantas: nagche, wenteche, rankulche... Hablamos de identidades territoriales mapuche, las cuales difieren entre sí por variaciones dialectales y leves cambios en las ceremonias y protocolos. No más que eso.
Ahora ya lo sabe, somos mapuche, no araucanos.
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